El 'niño terrible' de su familia, Vigil dejó la escuela a los 14 años para unirse a una cooperativa de vinos, pero -para tranquilizar a su madre- continuó sus estudios y se graduó como el mejor de su clase en ingeniería agrícola. Dirigió la división de suelos del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) de Argentina, antes de incorporarse a Catena Zapata en 2002 como enólogo jefe. En 2009, él y Adrianna Catena crearon el vino El Enemigo.
Nacer en una casa donde el vino era una forma de vida. Mis mayores inspiraciones fueron mi abuelo, mi padre y la vida.
Pasear por los viñedos, sentir el calor, regar, vivir los fríos días de poda, observar el día a día y llevar esa experiencia a la bodega de la forma más transparente posible.
No estoy seguro de que sea lo más difícil, pero entender que uno no puede cambiar la naturaleza es difícil. Siempre recordaré una cena familiar. Estábamos a punto de cosechar tomates y de repente cayó granizo y lo arruinó todo. Mi abuelo salió después de la tormenta, se arrodilló y mi abuela se paró junto a él y le dijo: “Mañana empezamos de nuevo”. Volvieron adentro y continuaron la cena.
Me gusta disfrutar del vino blanco espumoso o fresco. Nunca descarto el vino con cubito de hielo o mezclado con agua con gas. Algo para refrescarme, cuerpo y alma.
Me recordaría, más que aconsejarme, que todo está por hacer y todo se puede cambiar y no hay absolutos, ni siquiera nosotros mismos. Cambiar paradigmas no es una opción, es la opción.
El mayor error fue pensar que uno puede cambiar los vinos desde adentro de la bodega. Es en el viñedo donde se puede hacer una verdadera mejora.
De haber apostado al Malbec en la década del 2000 cuando se producía más Cabernet Sauvignon, de apostar por el Cabernet Franc a mediados de la década del 2000 y de pensar que podíamos producir Chardonnay de clase mundial. Básicamente, estoy feliz por permitirme soñar.
Nicolás Catena es mi inspiración, un verdadero pionero. Adrianna’s Vineyard en Gualtallary, Valle de Uco, es un ejemplo perfecto de su visión. Hoy un viñedo de clase mundial que plantó cuando la región era solo un desierto.
“El mayor error fue pensar que uno puede cambiar los vinos desde adentro de la bodega. Es en el viñedo donde se puede hacer una mejora real”
Existe y está ubicado en Lunlunta (Maipú, Mendoza). Un viñedo de 100 años. Paseando por este lugar me siento pequeño y me revitaliza. Esta es la esencia del terroir, la importancia del ser humano como un todo y no de una persona en concreto.
Nunca hubo Plan B. Soy y seré siempre viticultor.
Hace mucho tiempo, un enólogo de Borgoña me preguntó qué me gustaba producir, si vinos blancos o tintos. Rápidamente respondí tintos. Hoy, después de 20 años, me encanta el reto de los blancos, vinos que suelo beber. Los blancos son transparentes a la región y a las técnicas de vinificación. En los blancos es donde realmente podés ver el respeto de los enólogos por el terroir.