19 de Abril de 2024
Cocina cafeína en casa de un veterano del café alteño

Hace no mucho, mi esposa Rose Mary me cuenta que unos amigos de São Paulo estaban de visita por Asunción y que quería que los lleváramos a comer a algún lugar. Nos condujo hasta el restaurante de una amiga en Aregua, que yo no conocía, “El Solar”, de Hebe Duarte. Con el tiempo, la antigua casona aregüeña de ladrillos se convirtió en un favorito de fin de semana de la familia. La hospitalidad de Hebe, sumado al maravilloso jardín donde nuestra nena juega y observa los peces del estanque y la exquisita cocina vegetariana y orgánica que la misma Hebe te sirve a la mesa hacen que uno se enamore de este lugar.

Ese día comimos una suerte de Mandi’o apu’a, unas bolitas de mandioca con su salsita de tomate natural que estaban riquísimas. Los amigos brasileros y Rose Mary se anotaron para el café de sobremesa, yo hace tiempo disminuí mi dosis por mi alta propensión a las adicciones. Lierre Keith, en “El Mito Vegetariano”, dice que la cafeína es parte de un plan conspirativo del cafeto para servirse de los humanos en su afán colonizador. Así como la manzana nos engaña con su jugosa y dulce pulpa para que traslademos sus semillas. Como sea, hubo tiempos en que mi adicción a la cafeína alcanzó las ocho tazas diarias, así que andaba bastante conforme con el té.

Sin embargo, el aroma del café que traía Hebe en la bandeja era cautivante y activó todos mis receptores de placer como cuando Jerry huele desde lejos un pedazo de queso o los ratones escuchan la flauta de Hamelin y persiguen el vaporoso rastro del encantamiento. “¿Qué café es este?”, pregunté a Hebe. Y ella me dijo que era un café orgánico que ella compraba de los mismos productores en Altos, una producción pequeña, de escala familiar.

Así fue como llegamos a Rolphie Coppens, el heredero de una larga tradición cafetalera y actual director de la empresa familiar Mocafé, en Altos. Pero ni idea teníamos de la historia que encontraríamos detrás de este café. Había que descubrir de qué se trataba, así que nos conectamos con el señor Coppens para programar una visita. Al móvil se sumaron José Torrijos, chef ejecutivo del Crowne Plaza; Osvaldo Benítez, maestro pastelero del Crowne Plaza; y David Cohler, flair bartender, propietario de Cheers Cocktail Bar. Estábamos listos para conocer una nueva historia y volcar el café de Altos a las ollas y las copas. ¡Ojalá que llueva café en Altos!

Un Viejo Recorte de diario

Lo primero que pensé fue que se trataba de una excentricidad, del pasatiempo de un alemán que se había puesto a hacer café de la nada misma. Así como en Asunción hay una buena cantidad de entusiastas que hacen cerveza en el garage de sus casas, se me ocurría que en Altos alguien había decidido hacer su propio café indie, comenzando por satisfacer sus propias exigencias como cafeinómano. Pero la realidad era otra. (...)

Rolphie representa una tercera generación de cafetaleros en una familia cuyos comienzos se remontan a los orígenes mismos de las colonias alemanas de Altos y San Bernardino. “Mi papá, hace 50 años hace café”, nos cuenta Rolphie en la sala de su casa. El aroma está en todas partes, nos acompaña como esa radio prendida que ya nadie escucha pero persiste en contar sus historias.

Erwin Weiberlen está parado en el patio de la casa, prolífico como todo jardín del interior paraguayo, viéndonos montar el espectáculo de cámaras y cuchillos. “Acá todo era café antes. Tengo la noticia de ABC del año 1977, ahí muestra todo. Cada casa estaba rodeada de café. No se veían las casas de tanto café”, me cuenta. Don Weiberlen vuelve minutos después con el recorte de periódico, bastante ajado y roto, ilegible en su totalidad; pero de los fragmentos sobrevivientes se podían reconstruir algunos retazos de la historia.

(El resto de la nota en la edición impresa de alacarta 80)

 

23 de Junio de 2015

Alacarta

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