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“En un barrio de Asunción, gente viene y gente va”, estaban cantando en familia, y en un juego de palabras, la palabra barrio se transformó en patio. Y ese barrio, ese patio, hace un año y aún en familia, es hoy un rincón donde la cocina típica de ayer y de hoy se volvieron una y la gente sigue yendo y viniendo.
La Asunción de antes, que se manejaba en tranvía y conocía la cocina del vecino, vuelve reinventada. El Patio de Asunción, ubicado en un nuevo epicentro de la ciudad, ofrece un menú donde los ingredientes de siempre se unen de manera nueva en sándwiches y platos descomunales.
Llegando al patio, invade la sensación cálida de volver a un escenario recurrente de la niñez, donde palmeras y el tono rojizo del piso rústico eran paisaje de épicas aventuras. Adentro, pequeñas mesas vestidas de manteles a cuadros e individuales verdes obligan a sentirse como en el comedor diario de una casa.
Con la carta llega a la mesa una carretilla de mimbre cargada de panes calentitos caseros, y a los pocos minutos, uno tras otro, intimidantes platos que obligan a preguntarse “¿para qué luego desayuné hoy?”
Los sándwiches de mi barrio, siempre acompañados de papas crocantes, buscan plasmar en el paladar ese techaga’u del lugar donde crecimos, cada uno haciendo homenaje a un vecindario tradicional de nuestra capital asuncena.
El Sajonia (G 36.000), pedacito de Asunción detenido en el tiempo, es un entrepanado de jamón crudo y quesos cremosos, gratinados con queso reggianito. Un poquito más chuchi, El Villa Morra (G 44.000), combina lomito, queso mozarella, tomate, rúcula y mayonesa caserísima. Más paquete que señora con cuatro apellidos.
El hombre rudo y trabajador de campo (o de cubículo) encuentra un descanso culinario en el Arriero porte (G 48.000), un poderoso sándwich de lomito servido en pan casero de mandioca. Un grito de liberación para los celiacos, este ancho bife de lomito compite en protagonismo con un chorreante huevo frito, acompañado de queso mozzarella y catupiry, panceta crocante, cebolla y aceitunas. Garantizado, a este arriero probablemente le cueste volver a sus menesteres después de semejante panzazo.
Un personaje célebre de la carta y de nuestra historia, el Yo el Supremo (G 55.000) es un carnívoro homenaje digno de un Cervantes. En pan de mandioca, una hamburguesa 50/50, un encuentro fortuito entre vacunos y porcinos, viene acompañada de lonjas de jamón crudo, pepinillos, huevo frito, cebolla, tomate, champignones, queso muzzarella, abundante catupiry y hojas verdes. Una verdadera bomba de tiempo que según dicen hasta levanta muertos.
De noche, una Picada San Juan dice que sí (G 85.000) cura la añoranza y el vare’a que nos deja esta fecha madre del comer en abundancia los otros 11 meses del año, ofreciendo pajagua mascada, mbeju, mandioca frita, butifarras y pastel mandi’o. También para disfrutar de a varios, la pizza con masa de mandioca (G 60.000), además de ser apta para celiacos, es indicada y recetada por especialistas en casos de antojos pizzeros con un twist de “más hacia estos lados”.
Para tomar, además de una siempre bienvenida cerveza o una gaseosa en botella de vidrio, un Carrulín Frozen (G 20.000) purifica la sangre aunque estemos en pleno verano y acompañando una milanesa tamaño sábana. El Coctel Ñaña (G 24.000), de cedrón kapi’i, cedrón paraguái, limón y ralladura de jengibre mata cualquier bicho y refresca el cuerpo entero sin necesidad de estar cebando tereré tras tereré.
Entre semana, El Patio ofrece un menú económico (G 15.000) y ejecutivo (G 30.000), a un precio que no duele pagar todos los días, con opciones para vegetarianos y personas con dietas especiales. Con ingredientes frescos del día, cocinados en el momento y servidos en poco tiempo, sólo vas a comer mejor si justo tu mamá decidió invitarte a almorzar un martes cualquiera, en familia y en tu casa de infancia.