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Las paredes de ladrillo visto y el rojizo piso rústico de La Fábrica recrean un ambiente industrial pero acogedor donde cada rincón del lugar está cargado de recuerdos y una historia para contar. Los grandes árboles nativos que rodean el lugar dan una sombra centenaria, dejando entrar suavemente el sol por los ventanales.
Mucho de lo que vemos alrededor es vestigio de la antigua fábrica de Textilia. La decoración fue concebida modificando maquinarias, mesas que alguna vez fueron largas mesadas de corte y hasta un mostrador que perteneció a una pequeña despensa que abastecía a los trabajadores textiles de aquel entonces.
La cocina de Pedro Cáceres, chef y socio propietario, amante de los sabores clásicos y las ollas campesinas contundentes, busca volver a lo simple, a revalorar los sabores puros y reivindicar la cocina del hogar. Las propuestas nunca son los mismas, pero la esencia de la comida de restaurante con sabor a casa se mantiene.
Esta “cocina de mercado”, como él la llama, busca elaborar el menú cada semana con los mejores productos que se consiguen en el momento; frescos, autóctonos, aprovechando el momento justo de cada fruta, verdura, carne o pescado.
La Fábrica cambia según el día, la semana y la hora en que se la visite. De mañana muy temprano, se siente el aroma abrazador de un cocido caliente, para agarrar al paso o tomarse en un momento antes de empezar el trajín laboral.
Al mediodía, jóvenes de traje y uniforme colman la mesa de buffet y disfrutan de esa media horita en la que sólo queda alargar los minutos para volver al mundo de la responsabilidad; y de noche sí, la carta se engalana para recibir a quienes vienen con un único fin, disfrutar.
El menú tampoco es estático; también se transforma semana a semana, mes a mes, ofreciendo siempre cuatro sugerencias de entrada, nueve platos principales y cuatro postres. Los favoritos, mientras siguen en su temporada, van quedando; los demás se inmortalizan en el recuerdo de cada comensal hasta su próxima visita. Una de esas entradas que superan el paso del calendario es el Cheesecake Mediterráneo, (G25.000) una crocante tarteleta de masa de maní con queso fresco coronada con un dulzón mix de tomates, ciruelas presidente y aceitunas, bañados en aceite de oliva. Otras opciones de consomé, ensaladas frías y tibias, sándwiches y pequeños gustos para abrir el apetito van apareciendo y desapareciendo; como espejismos que sólo se perciben en el paladar.
Enfocarse en un solo plato principal no es tarea fácil, pero el Poncho Chará, (G 70.000) una propuesta que hace referencia a aquellos grandes abrigos que vestían policías y militares décadas atrás, permanece firme entre los favoritos. ¿Y cómo no fanatizarse? Una porción de lomito que se extiende a lo largo de un gran plato, con abundante queso por encima y una pequeña ensalada responsable de crear un contraste notable de temperatura y sabor es un preferido de la casa. Otros como el Bife de Chorizo con leche de ajo y terrina de vegetales (G 60.000) elevan la apuesta a un tono más ceremonioso y elegante.
El surubí es un clásico atemporal. Este día lo encontré Enfajado (G90.000), envuelto en láminas de hojaldre acompañado de coloridos vegetales y queso. Mañana, ¿quién sabe en qué presentación hará su entrada triunfal?
De postre, el favorito de la temporada fue y continúa siendo la Pavlova de frutos rojos con flor de panna (G 22.000), una tarteleta fresca que combina fruta en tonos rosa, rojo carmesí y violáceo con una panacotta suave adornada apenas con unas hojitas de menta.
El menú ejecutivo y el buffet del mediodía en días de semana ronda los 30.000 guaraníes en precio, y los domingos, la casa se viste de gala con un buffet frío y caliente con sugerencias que dan vuelta el menú y el mundo para encontrarse en una larga mesada, a G 65.000 por persona.
El tiempo no para, pero inmortalizar un momento con un bocado, es posible.