Y si bien no lo menciona directamente, es sabido que la humanidad está destinada a disfrutar de los placeres de la cocina, por más pecaminosos que sean.
Santa Gula honra ese lado humano, ofreciéndonos casi en exceso todo lo que nos gusta, y nos invita habilidosamente a transgredir sin culpa. Ana me acompañó al desliz que arrancó a las 20 horas puntualmente, con una seductora carta con más de 150 cervezas diferentes que discrimina abiertamente a los indecisos de hígado liviano. Desafío aceptado.
Pedimos una belga strong ale amarilla, la Leffe Blonde (G 16.000), que según nosotras, ayudaría a digerir mejor la noche y tal vez en un mundo perfecto no rellenaba tanto la barriga al día siguiente. Mentira blanca acertada, nos vino como cuchillo a la hazaña mientras comíamos papas & batatas (G 25.000), Ana me hablaba de la música y yo distraída estaba ya fascinada por la combinación, que no es el hallazgo de la nueva era, pero mi amor secreto por la batata hizo que en ese momento lo sea.
Para agregarle un poco de condimento y arrancar oficialmente la cita, nos trajeron french fries con chilli & sour cream (Gs. 35.000), una nueva sobredosis de papas fritas, porque uno nunca puede tener suficiente papas fritas, solo que esta vez, venían bailando con chilli beans y crema ácida, dando ese toque picantón a la mescolanza. Pedimos la segunda Leffe Blonde y en un descuido llegó el primer peso pesado de la noche: 300 gramos de carne madurada al vacío por casi 21 días, como reza en la carta. Era el corte New York Strip (Gs. 65.000) que venía acompañando de unos vegetales grillados y la ensalada coleslaw, que para mi grata sorpresa tenía nada más y nada menos que canela. Mermamos el consumo y esperamos. Se venía un breve simposio de la hamburguesa. Si bien su historia tiene algunos cabos sueltos según historiadores, son los europeos los herederos legítimos de este plato, según lo que me cuentan sería tan sencillo como decir que la hamburguesa es originaria de Hamburgo.
Acompañamos este trivial debate, digno de un episodio de “Sex and The City”, con un Aperol Spritz (G 30.000) que tenía naranja, espumante, Aperol y soda. Ahora, ¿por dónde volver a empezar? Esta interrogante, que en nuestras vidas es casi indispensable y recurrente a lo largo del día, volvió a resurgir por decimoquinta vez cuando llegó a nuestra mesa la Onion Burguer (G 55.000), contenedora de pan especial, roquefort, mayonesa brava & aros de cebolla. Mientras mis ojos recorrían su pinta desafiante, comencé a debatir sobre cómo afrontar el desafío de atacar los cuatro (y contando con la carne, cinco) pisos de altura de esta presumida hamburguesa, casi tan alta como yo. Acerqué los cubiertos, en vista del inminente desastre que ocurriría si clavaba directamente las manos en aquellos panes finamente tostados, y cuidadosamente fui desmontando el espectáculo de sabores que se erigía en mi plato. Las cebollas dominaban en conjunto con la carne y el roquefort cerraba con moño el paquete del plato. Habilidosos tanto el chef como yo, ningún enchastre a la vista.
El lugar en sí, aplica la distensión como argumento principal gracias al ambiente de estilo típico “norteamericano”. Se puede uno ir para atacar el estrés de la oficina al salir o simplemente disfrutar de una noche sin ningún tipo de pretexto. Nada muy serio. Santa Gula, el confesonario perfecto que indulta pecados veniales de todo tipo, en su más alto estado de informalidad.