21 de Noviembre de 2024
Una barra entre las ruinas

_MG_2139 copia copiaLa curiosidad es una característica esencial de la juventud. Y la falta de ella es sinónimo de vejez. Para cualquiera de las dos alternativas, es claro, no importa la edad que se tenga. Se puede ser viejo de joven y viceversa.

La paradoja es exquisita: Plinio el Viejo fue siempre joven. Quiero decir que vivió toda su vida dominado por la curiosidad. Incluso su muerte —curiosity killed the cat— fue consecuencia de su fascinación por el aprendizaje y su interés por lo desconocido: apenas enterado de la erupción del Vesubio del año 79, se embarcó hacia la zona del desastre para estudiar el fenómeno, y allí murió a causa de los gases sulfurosos que viciaban la atmósfera.

Antes de morir, Plinio el Viejo había hecho la carrera militar y estudiado casi todo: las leyes, las letras, la oratoria, las ciencias. Afirmaba que “el hombre, por sí solo, no sabe nada si no lo aprende; por sí mismo, únicamente sabe llorar”. Nos legó la Naturalis historia, obra monumental compuesta por 37 libros que pretendían referir todos los conocimientos de la época sobre, según las palabras del autor, “la vida”.

¿Qué tiene que ver el joven Plinio el Viejo con nuestra barra de hoy? Estamos en Ponferrada, en la comarca de El Bierzo, provincia de León. Cuando España era Hispania, este pedazo de tierra fue la mina de oro a cielo abierto más grande del Imperio Romano. La explotación del lugar —el verbo no es caprichoso— transformó para siempre el paisaje. Plinio el Viejo estaba allí para tomar sus notas y al método de extracción utilizado por los romanos lo bautizó ruina montium, que significa, más o menos, reventar la montaña. Sí, en pocas palabras, los muchachos hacían saltar por los aires las montañas de la zona, con una combinación precisa de ingenio, agua y codicia.

Lo que quedó de todo aquello es un lugar que parece sacado de alguna página de Verne, y hoy se llama Las Médulas. En Las Médulas se camina mucho. A veces al aire libre, por donde hace dos mil años había una montaña. Otras, por dentro de inmensas grutas que cavaban los esclavos y funcionaban como parte esencial del complejo explosivo que hacía estallar las montañas. El asunto es que después de tanto caminar —y acá llegamos, paciente lector, a la barra— el cuerpo pide un trago... o dos.

_MG_1145pocos kilómetros de Las Médulas, precisamente en Ponferrada, existe una taberna que se llama La obrera. Es imposible no toparse con ella porque el edificio está ubicado en una esquina del centro histórico de la ciudad, que es más bien pequeño. Los grandes ventanales que dan a ambas calles reclaman la presencia del curioso y del comedido.

El espacio es inmenso pero cálido y acogedor, de techos altísimos y columnas firmes. Hay mesas altas, un par de livings, un patio al fondo y una única cosa que desentona con todo: una minibarra fabricada con el frente de un viejo camión Dodge. Si esta extravagancia sirviera para despachar tragos a base de combustible diesel, aceite sintético, anticongelante o aditivos de motor, se entendería la jugada y hasta la aplaudiríamos. Pero no, de todo lo que se ofrecía en aquel fetiche vintage, lo más cercano a un líquido de frenos era la ginebra Larios.

Sin embargo, en La obrera sí hay una barra de verdad. Es moderna, muy larga, de líneas puras y —creo recordar— de silestone blanco. En esta barra no hay taburetes porque está pensada como lugar de paso; es una barra donde solo se hacen pedidos, una barra para que los bartenders trabajen con comodidad en lo suyo. La idea funciona porque los tragos que salen de ahí están muy bien preparados.

Hablábamos de la curiosidad. Con tres negronis encima, las preguntas demandan respuesta (¿En La obrera ahumarán sus tragos con el caño de escape del camión?). Plinio el Viejo, el joven curioso, afirmaba que “hasta del peor libro se puede sacar provecho”. Así que nos acercamos al Dodge. Total, lo peor que nos puede pasar en la barra/camión es que nos sirvan un cuarto negroni, tan bueno como los otros tres.

3 de Julio de 2018

Rodrigo Alcorta

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