Es probable que en el último par de años alguien te haya invitado a dar la vuelta al envase de gaseosa light o al tubo de papas fritas y haya puesto el índice sobre una palabra amenazante como “aspartamo” o “glutamato monosódico”. En tu grupo de amigos o de parientes es también probable que alguien se haya “convertido” en vegetariano o haya hecho asumido posiciones éticas y filosóficas en la manera de alimentarse. Habrás visto en Facebook que tus amigos comparten algunos consejos de “bioguías” o “guías sustentables” sobre como hacer tu propia pasta de dientes ecológica o como reutilizar botellas plásticas para que no acaben en el basurero. En las calles las bicicletas van ganando un espacio importante como vehículos alternativos ecológicos. Tu inbox se llena de mails de empresas que ofrecen verduras, frutas, granos, mieles y quesos de producción orgánica o agroecológica. El orégano ya no viene del super sino de una huerta vertical en tu propia casa. Para esos consumidores que se han despertado o se están despertando a una nueva conciencia le presentamos esta guía de Ferias y Distribuidores de Productos Agroecológicos. ¡Porque queremos comer mejor y queremos saber por donde empezar! Monocultivo Transgénico o "El sistema del hombre" Comencemos con los números. Se habla de que un 85% del territorio cultivable en el Paraguay está siendo explotado actualmente por la agricultura del monocultivo de granos transgénicos; especialmente el maíz, el trigo y en mayor medida la soja. Los productores de soja, propietarios de grandes extensiones de tierra donde se contempla nada más que extensos mares de este cultivo, se jactan de que la industria del agronegocio exportador produce alimento para 50 millones de personas. Pero, ¿quiénes son estas personas y dónde están? Y, además ¿por qué si pueden producir alimentos para tanta gente en un país de no más de 7.000.000 milllones (siendo exagerado) no hemos podido acabar con el flagelo del hambre y la desnutrición infantil? La respuesta es tan obvia como parece, porque ese 85% del territorio cultivable no produce alimentos para el consumo humano local sino que tiene la primera y única misión de generar comodities para el mercado internacional produciendo: 1) agrocombustible. 2) Comida para cerdos y vacas de Rusia, Europa y China principalmente. Frente a estos números, el otro 15% corresponde a la agricultura familiar campesina que es la única producción local que nos está alimentando. De este 15% hay otro 15% que corresponde a los pequeños agricultores que superan las 10 hectáreas de cultivo y son los únicos que reciben accesos a créditos estatales para inversiones en infraestructuras y tecnologías adecuadas, mientras que la mayoría restante - pequeños agricultores que producen entre 2 a 5 hectáreas - no tienen apoyo alguno. Por estas y otras razones, en el país de la tierra colorada, donde los mamones crecen como yuyos y los mangos caen como granizo, ¡50% o más del consumo frutihortícola proviene de la importación!. Esa “piña brasilero riquísimo” o “banana argentino purete” que han ganado mejores espacios en nuestra conciencia que nuestros propios frutos, de menor tamaño, de formas quizás más irregulares, pero en comparación a la fruta importada más naturales y más sabrosos. Pero, ¿qué significa cultivo transgénico y por qué de pronto se ha convertido en el Dark Vader de la película? Transgénico es el término corriente con el cual se conoce a los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), que son aquellos cuyo material genético ha sido alterado usando técnicas de ingeniería genética. En castellano: uno o varios genes de microorganismos, como por ejemplo bacterias, son incorporados al ADN de una planta, como por ejemplo la soja. ¿Con que motivos? Al modificarse el ADN de la planta, ésta se vuelve resistente a ciertos químicos como el Round Up (nombre comercial del Glifosato producido por Monsanto) que mata toda la vida circundante sin afectar al cultivo. ¿Cuál es el beneficio? Se economiza en la curpida mediante la aplicación de agrotóxicos. Entonces, según vemos, el “cultivo transgénico” viene acompañado de todo un combo industrial de pesticidas, herbicidas y fertilizantes, porque al perderse la biodiversidad el suelo se vuelve pobre en nutrientes. ¿Quiénes se benefician? Las multinacionales como ADM, Monstanto y Cargill que controlan y manejan el negocio en todas sus etapas; y los propietarios o inquilinos de los latifundios. ¿Cuáles son los costos? 1) Desplaza a las comunidades campesinas e indígenas a los cinturones de pobreza de las ciudades. Los que están algo informados en este país sabrán que las franjas de protección que tendrían que separar a las comunidades, las rutas, las escuelas, de las fumigaciones y pulverizaciones del monocultivo no se respetan en lo más mínimo. Enfermos, cansados de ser fumigados todo el tiempo o por causa de violentos desalojos, tanto de indígenas como campesinos migran a las ciudades en busca de oportunidades de supervivencia. 2) Destruye el medio ambiente. Las grandes extensiones de monocultivos y la ganadería van ocupando cada vez más el espacio que alguna vez fuera esa selva subtropical paraguaya que alojaba una inmensa biodiversidad de flora y fauna. La tierra está perdiendo sus nutrientes, el agua se usa de manera indiscriminada y se contamina, se han alterado todos los ciclos de lluvia, hace más calor en verano y más frío en invierno. En cientos de miles de hectáreas de cultivo el silencio es aterrador, nada se mueve excepto las cosechadoras. Y lo más preocupante de todo es que este sistema se ha impuesto en la conciencia de la gente como el único modelo agroeconómico viable. ¿Pero es verdad esto? ¿Ya no podemos tomar otra dirección en cuanto a la producción de alimentos? ¿No podemos vivir en mejores condiciones medioambientales y sociales diseñando un nuevo paradigma agrícola?
Agroecología o "El sistema del bosque" “Que la naturaleza encuentre las propias respuestas a las necesidades de la naturaleza”, responde Perla Álvarez, activista ecofeminista de la CONAMURI (Coordinadora Nacional de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas), a nuestra pregunta sobre qué es agroecología. En oposición a la agricultura química que ha desarrollado un sistema monocultivista, donde una especie se impone como única realidad por sobre la diversidad circundante, el modelo agroecológico encuentra en esa misma biodiversidad su principal fundamento. Si observamos la naturaleza veremos que ella funciona según un sistema de asociaciones entre sus elementos: agua, tierra, piedras, plantas, insectos, animales, hierbas, el sol, la luna y en algún momento también el hombre. Cada ser actúa en ese universo en función de un equilibrio de la totalidad. Es un universo holístico donde el “Todo es siempre mayor que la suma de las Partes” (Aristóteles). Sin embargo el hombre “moderno” y la imposición del sistema capitalista, en su afán por imponerse y por acumular dinero, se ha convertido en el factor desequilibrante en este mundo de interrelaciones y a través del ejercicio de un sistema lineal e insostenible de producción de “bienes” lleva a la naturaleza a su exterminio. Frente a esta problemática, la agroecología es la única respuesta. Un libro muy interesante para comprender más sobre el modelo agroecológico es “La Revolución de la Brizna de Paja” de Masanobu Fukuoka. Este sabio agricultor y pensador japonés inspiró, tanto en la teoría como en la práctica, a muchas de las escuelas agroecológicas más difundidas (e.g. Permacultura, Biodinámica). “La alimentación es vida y la vida no puede separarse de la naturaleza”, escribe Fukuoka. Su huerta en Japón es uno de los grandes ejemplos en el mundo de que un modelo de producción basado en “el sistema del bosque” no solo es posible sino que puede competir en producción con, por ejemplo en el caso del arroz que es el más significativo en la experiencia de Fukuoka, los grandes arrozales convencionales. La filosofía aplicada por el agricultor japonés en su huerta se inspira en la espiritualidad zen, apostando por la mínima interferencia del ser humano en el devenir de la realidad y un compromiso fundamental, trascendental, con el equilibrio entre los seres. “No es necesario sembrar las malas hierbas, se siembran ellas mismas bastante fácilmente”, decía Masanobu Fukuoka, que controlaba el crecimiento de éstas con tréboles blancos y acolchados de paja de trigo. Los campesinos paraguayos, que continúan una milenaria tradición agrícola criolla indígena/europea, y las mismas comunidades indígenas, desde siempre han respondido a estas “necesidades de la naturaleza” en base a sus propias observaciones. Han buscado combinaciones de variedades vegetales y animales; pequeñas escalas administrables de cultivo en las familias y comunidades; y prácticas en general que no comprometan la relación armónica entre la sociedad y la naturaleza. En ese sentido, la agroecología no es algo que se haya inventado en la modernidad a partir de la nada, sino la necesidad que nace actualmente de sistematizar los conocimientos y las tecnologías tradicionales que hoy se ven comprometidos por los avances territoriales, culturales y políticos de un modelo destructivo no solo del ambiente, sino de conciencias e identidades. En ese mismo sentido, la agroecología propone la recuperación sistemática de los conocimientos que han estado ahí desde siempre, que heredamos, como el mismo Fukuoka, de las enseñanzas de la naturaleza, y la aplicación de éstos para la construcción de un nuevo modelo más incluyente y sostenible que el imperante. Hay que entender que no toda la producción que llamamos “orgánica” es necesariamente “agroecológica”, ya que esta involucra aspectos más profundos y comprometidos con ese ideal de armonía entre la naturaleza y las técnicas agrícolas. Podríamos decir que la agricultura orgánica representa un estadio anterior con respecto a la agroecología, en el que se ha llegado a la decisión de prescindir de todo tipo de productos sintéticos como herbicidas, pesticidas y fertilizantes en todas las etapas de la producción y se ha optado en cambio por producirlos según técnicas naturales como el compost, el humus de lombrices, caldos de ceniza, etc. Además habrá de evitarse también la utilización de semillas transgénicas y de utilizar en su lugar semillas de producción orgánica, es decir, aquellas que no han sido genéticamente modificadas. Pero aún, en la producción orgánica estrictamente, no hay un total compromiso con la recuperación de la biodiversidad circundante, el empleo de pequeños animales en el desarrollo de la huerta, la especial atención de los ciclos lunares en los tiempos de cultivo y otros factores como estos que implican un “dejar hacer” a la naturaleza como solución a las propias dificultades que ella propone. Paraguay tiene las condiciones geográficas ideales para convertirse en un modelo exportador de productos agroecológicos en la región, pero para que esto sea posible es necesario la recuperación de la soberanía territorial y alimentaria. El estado debe, además de recuperar los territorios que se encuentran irregularmente y sin títulos legales en propiedad de empresarios del monocultivo, hacer un ordenamiento del territorio, hacer cumplir las leyes vigentes que protegen los campos que corresponden a la producción campesina familiar, exigir el cumplimiento de los márgenes de protección. Debe garantizar los derechos mínimos para una mejor condición de vida y de trabajo en los sectores rurales para que las poblaciones no se vean obligadas a migrar hacia las ciudades en busca de mejores oportunidades. Pero antes que nada, Paraguay debe observar el modelo agroecológico como un modelo posible en términos económicos y de exportación; en comparación al modelo vigente infinitamente más sustentable en términos ambientales; y sobre todo, un modelo que nos puede alimentar a todos, es decir, que puede mitigar el hambre y la pobreza.
Comer lo que hay aquí y ahora Decía también Fukuoka que “la alimentación y la agricultura son el frente y la espalda de un mismo cuerpo”. El cocinero paraguayo Ignacio “Pan” Fontclara suele decir también que “comer es un acto agrícola y cultivar un acto gastronómico”. Entendiendo que la agroecología propone un enfoque holístico, donde ninguna de las partes puede ser considerada independientemente de una totalidad orgánica, el factor de la alimentación debe ser también fundamental en su análisis. ¿Cómo nos estamos alimentando ahora? ¿Cómo deberíamos alimentarnos pensando siempre en el modelo agroecológico? Dejemos la primera pregunta con una respuesta monosilábica: ¡mal! Ahora, respuesta a la segunda pregunta: “comer lo que hay aquí y ahora”. Comer lo que hay aquí tiene que ver con incorporar a la mesa todo ese bagaje de productos tradicionales de la huerta paraguaya como maní, batata, mandioca, las diferentes variedades de maíces, andai, entre muchos otros. Tiene que ver con la revalorización de la producción local y su preferencia por sobre lo importado, porque en ese sentido la naturaleza también es sabia y generosa: todo lo que necesitamos para alimentarnos y para sanarnos está justo debajo de nuestros pies. Tiene que ver también con la superación de ese modelo alimentario de aculturización, industrialización y programación del gusto. “Para nosotros, todos los que estamos trabajando en agroecología, que somos un colectivo grande, primero está fortalecer el autoconsumo de productos tradicionales y desde ahí abrir la posibilidad de una mayor diversificación. Pero yo creo que lo más importante es recuperar la fuerza y el valor de lo que es alimento tradicional: el maíz, el locro, las cucurvitáceas, legumbres nativas. Pasa mucho por reconocer el valor que tiene eso. Incentivar los desayunos que tienen que ver con el locro, con el rora kamby, cocido, maní kui y al lado de eso producción sana de otros alimentos que sí van a reforzar la calidad nutricional de nuestra alimentación”, nos dice Soledad Martínez, Ingeniera Agrónoma especialista en agroecología. Comer lo que hay ahora se refiere a la estacionalidad del consumo. Adaptarnos también en ese sentido a los ciclos de la naturaleza, que sabe qué darnos y en qué momento. “Lo que nosotros promovemos desde Karu Mbegue (Slow Food Paraguay) también es potenciar las producciones estacionales y volver a consumir aquellos alimentos que vienen en el momento justo, con el clima, con la época. Si la gente entiende la diferencia que hace el consumir un producto de época, un producto de estación; si los restaurantes, al menos algunos, empiezan también a trabajar ese tema, va a ser muy útil, muy importante porque cambia la dinámica, o sea, no es forzarle a la naturaleza, es adaptarse uno, adaptar la carta, tener cartas estacionales”, propone Soledad Martínez. Un desafío para los restaurantes de Asunción, sobre todo para aquellos que han optado por una filosofía de alimentación saludable: ¡cartas de estación con productos locales! Y no solo eso, que se ofrezcan algún día maíces, mandiocas, frutas autóctonas como el yvapuru o picantes indígenas como el ayoreo, con la misma deferencia con que uno se inclina ante una langosta, una trufa o unos fideos con tinta de calamar. Semilla róga: rescate, conservación, intercambio La semilla campesina es un pilar fundamental en la construcción de una nueva agricultura y por extensión de una nueva alimentación. Una semilla no solo es una semilla, una semilla es un árbol en potencia, es un fruto y son nuevas semillas para perpetuar el ciclo. Una semilla es también una identidad alimentaria que se conserva en la memoria de la tierra y de la comunidad. Pero, ¿cuál es la situación de esa semilla campesina orgánica en la actualidad? Tradicionalmente las familias agricultoras campesinas han conservado sus propias semillas orgánicas. Al sembrar y al consumir, siempre han apartado las semillas para volver a plantarlas. Este sistema de conservación comenzó a desvalorizarse con la imposición del primer gran cultivo de renta que llegó a Parguay: el algodón. Si anteriormente la totalidad del terreno cultivable campesino era utilizado para la producción de autoconsumo frutihortícola, con la aparición de la industria algodonera este se redujo a 1/4 parte. El Ministerio de Agricultura comenzó a distribuir las semillas que los campesinos debían pagar a través de las distribuidora y desmotadoras. Es decir, se convirtió en un negocio. Como consecuencia se fue perdiendo la costumbre de guardar y comenzaron a perderse semillas de una gran diversidad de productos nativos como portos, maíces y otros. En Paraguay existen, por ejemplo, registradas 14 especies de maíces, pero ya se han perdido como 20, según nos contaba la Ingeniera Soledad Martínez. Otra amenaza para la semilla orgánica son las semillas transgénicas. ¿De qué forma? A través de la floración. Por ejemplo el maíz, como nos explicaba Perla Álvarez, tiene una floración “promiscua” en términos vulgares que vuela y se esparce a larga distancia, entre 300 a 400 metros. Entonces, si una plantación de maíz orgánico estuviese cerca de una enorme extensión de monocultivo de maíz transgénico, es probable que el ADN del primero sufra transformación genética por causa del segundo y se convierta también en una planta transgénica. De esta forma es que el sistema agroindustrial vigente resulta una amenaza para la diversidad alimentaria paraguaya, y también por el creciente índice de contaminación por la utilización de los agroquímicos las semillas han perdido en gran medida su poder germinativo. La CONAMURI viene impulsando desde el año 2008 una campaña por las Semillas y la Soberanía alimentaria bajo el nombre Semilla Róga (La casa de la semilla). “No utilizamos la palabra banco, porque tiene una connotación comercial y no creemos que la semilla sea una cuestión comercial”, explica Perla Álvarez. En este proyecto están involucrados más de 80 comités de productores y productoras campesinos para la formación e información sobre el rescate y conservación de las semillas y la soberanía alimentaria. Llegaron a presentar al Congreso de la Nación dos proyectos de ley, Ley del Maíz y Ley de las Semillas, que fueron vetadas lastimosamente, porque el apoyo para el crecimiento de proyectos como este es fundamental. A tal punto carecemos de soberanía sobre nuestras propias semillas que ¡el único Banco Genético de Paraguay se encuentra en México! Aún así existen colectivos como Semilla Róga que trabajan en el rescate, conservación e intercambio de semillas, plantas nativas y criollas. 100 huertas 100 escuelas “Hoy en día, cultivar un huerto es lo más revolucionario que existe”, es una de las frases más geniales de la activista ecofeminista hindú Vandana Shiva. Una ecohuerta en una escuela puede ser un nuevo universo de aprendizaje. ¿En qué forma? Un ejemplo empírico es el proyecto “100 Huertas 100 Escuelas Impulsado por el Convicium Slow Food Central Paraguay - Karu Mbegue. ¿En qué consiste este proyecto? Cultivar una huerta ecológica en la escuela significa propiciar el contacto temprano de los niños y niñas con el origen del alimento que consumen, experimentar el proceso vivo del cual provienen los alimentos, acceder a alimentos limpios, sanos y nutritivos, aprender a disfrutar y distinguir el sabor, el aroma y el color de los alimentos naturales, mejorar la calidad nutritiva de las meriendas, aprender la importancia de equilibrar la alimentación reduciendo el uso de ingredientes industrializados, internalizar que la alimentación limpia, buena y justa es un derecho”, se lee en el material informativo del proyecto “100 Huertas 100 Escuelas”. Una huerta en la escuela implica cultivar alimentos, pero también conlleva hacer el ejercicio diario de usar consciente y responsablemente el agua, el suelo, el aire; cuidar a las plantas y a sus semillas; convivir respetuosamente con todos los seres que comparten el espacio cultivado, reconocer a los insectos benéficos y cuidarlos; reducir la basura y reutilizar materiales, incorporar al ciclo de producción elementos reciclados; trabajar en comunidad, ser responsables y solidarios”. El proyecto involucra en su acción la participación de personas que tienen deseos de colaborar como voluntarios y voluntarias, cooperando para hacer que la huerta germine, crezca y brinde una fructífera cosecha en la comunidad escolar, desarrollando activamente la organización y gestión de tareas en conjunto con profesores, estudiantes, padres y madres, junto al equipo Karu Mbegue. Involucra también la cooperación de amigos y amigas: personas, organizaciones y empresas que aportan insumos, materiales, servicios o recursos que se necesitan para el desarrollo de las huertas”. El "Eat Local" en los pueblos La cultura de ferias agroecológicas es cada vez más grande y va cobrando más fuerza en Paraguay. Es una manera que encontraron productores y consumidores de encontrarse pasando por alto a los intermediarios, que no siempre ofrecen las mejores condiciones para un intercambio de productos ecológicos, naturales y honestos. Este fenómeno no solamente se da en Asunción sino en diferentes centros urbanos en el interior del país, donde es el propio productor quien lleva sus cosechas al pueblo. “Hay una falta extaordinaria”, dice Perla Álvareza a este respecto, “por lo tanto a nivel de los pueblos hacen falta alimentos y cuando es la productora o el productor quien lleva a la feria por supuesto el costo es mucho más accesible. Hay un mercado que necesita ser potenciado, que los Municipios pueden potenciar en Alto Paraná, Concepción, Guairá”. Nos contaba Perla que en estas ferias se genera un efecto muy interesante. “Por un lado las mujeres comienzan a tener un pequeño recurso económico que pueden administrar y por otro lado politiza, te permite actuar en mundo público, con otras mujeres, saber que sufren como vos, que tienen las mismas dificultades, que están en situaciones como las tuyas”. Así como en Asunción hay un despertar de mucha gente que busca alimentarse mejor y crea un nuevo nicho de mercado, en los pueblos del interior las mujeres feriantes están llevando acabo su propia revolución cultural de intercambios de alimentos, pero también de ideas. En Asunción tenemos ya hemos visto muchos ejemplos de ferias agroecológicas exitosas que venden todo tipo de productos frutihortícolas, de granja, productos elaborados, medicinales y otros de producción ecológica donde participan productores de todo de Aregua, Caaguazú, Caazapá, Cordillera, Concepción, Guairá, Paraguarí, Presidente Hayes, San Pedro y en fin, de todo el país . ¿Cómo cuales? Jakaru Porã Haguã; Mercadito Agroecológico de Sajonia; Mercado Agroecológico de Aregua; Feria Agroecológica del Bañado Sur, entre otros. A éstas iniciativas de llevar el producto sano y ecológico hasta el consumidor consciente, se suman los servicios de Delivery agroecológico con empresas como Verdulivery, De La Huerta Orgánica, EcoAgro de APRO (Asociación de productores de Paraguay), Tukokue, etc.