Creció pisando uvas y haciendo vino patero con su abuelo paterno. Su padre, en la temprana adolescencia, le regalaría su primera guitarra “electrocriolla”. Así fue como la música y el vino se convertirían en las dos pasiones de este argentino que es conocido en el mundo entero como «el enólogo del rock». “Mi padre, un hombre de clase media en una época difícil en Argentina, tenía esa mentalidad de inmigrante. Dos cosas eran innegociables en la familia: la escuela, tuvimos una buena escuela pública argentina, y el deporte. Absorbimos mucho rock, consumimos mucho The Beatles, Queen, Zeppelin; quizás me costó acostumbrarme a la música folclórica nuestra, que también me gusta, porque empecé con el rock”, cuenta Marcelo. No solamente es el responsable de haber reunido al vino y al rock en un mismo escenario –como organizador del Wine Rock, en el cual convoca a los mejores músicos de la Argentina–, sino que, además, como enólogo de la bodega Monteviejo en Argentina y Château La Violette en Francia, ha sido el primer argentino en conseguir el puntaje perfecto (100 puntos) por parte del periodista especializado Robert Parker, director de la revista “The Wine Advocate”.
Pelleriti cambió el asado de fin de cosecha por conciertos de rock, donde invitó a artistas de la talla de Coti Sorokin, Fernando Ruiz Díaz (Catepecu), que terminaron -en este ida y vuelta de enología y head banging- metiéndose en la aventura de hacer sus propias botellas de vino. Con el bajista de la legendaria banda argentina Serú Girán, músico multiinstrumentista que formó parte de otras importantes bandas como el Pat Metheny Group y la Spinetta Jade, el gran Pedro Aznar, son socios en un proyecto llamado “Abremundos”, demostrando así que el mundo del rock y el del vino, en esencia, tienen los mismos taninos.
Trabajás paralelamente en Argentina y Francia, en Monteviejo y Château La Violette...
Voy a ir más atrás: siempre quise tener mi propia bodega. Comencé el proyecto Marcelo Pelleriti Wines mientras trabajaba en la cervecería Quilmes; ahorraba dinero y compraba las uvas para hacer mi propio vino. En el camino, Gabriela Celeste [enóloga y propietaria de la bodega Escarlata, en ese entonces enóloga de Trapiche] me cuenta que venía Michel Rolland y que quería entrevistar personas nuevas. Fui a la entrevista con Michel, con mi botella de vino, y nunca creí que iba a haber tanto feeling; a los 15 días, él mismo me llamó de California para ofrecerme trabajo en Francia. El primer año empecé trabajando en Château Montbiel, después volví y comencé con la construcción de Monteviejo. Mientras tanto, Catherine [Péré-Vergé, la dueña] estaba en tratativas del Château La Violette; a partir de ahí me hice cargo de la dirección enológica de la familia y no paramos más.
¿Qué aprendiste en tu relación con Michel Rolland?
Él no es un científico. Es como mi padre. Me enseñó a vivir el vino, a caminar mucho el viñedo, a saber probar la uva, a saber diferenciar un buen terruño de otro con solo probar la uva, me enseñó a entender la vinificación proyectando los vinos para la guarda. Aprendí mucho lo que es trabajar esa textura tánica para los vinos de alta gama.
Me enseñó mucho, abrió su cava y probé lo que todo enólogo puede soñar en cuanto a vinos de alta gama se refiere, y eso no tiene precio. Michel Rolland hizo muchísimo por Argentina; no hay que ser ciegos; posicionó a Argentina y al Malbec en lugares que no hubiéramos imaginado jamás. Así que lo respeto. Respeto a las generaciones anteriores a la mía, a los que desarrollaron la viticultura argentina; llámese Riccitelli, Di Paola, Pepe Galante, Ángel Mendoza. Toda esa gente nos dejó el camino en bandeja; nuestra responsabilidad no es poca...
¿Qué te parece que se necesita en un vino para que Parker le dé los 100?
Esto es muy extraño, porque el vino es muy susceptible. Tuvimos suerte de que ese día se levantó y le puso 100, porque quizás el día después le ponía 99, 98 o 95.
El 2010 fue una cosecha especial. Uno nunca trabaja para los 100 puntos, sino para hacer el mejor vino posible. Ese año se dieron todos los factores: viñedos, suelo, clima; somos fieles creyentes de que la acumulación de detalles hace la diferencia, y era un gran vino... Fue el primer año que hicimos cofermentación de racimos enteros, porque en el viñedo están plantados el Merlot y el Cabernet Franc mezclados, y ese año cosechamos a la antigua. Creo que cuando surgen esas ideas, esas luces, hay que hacerlo.
¿Cuál es la propuesta de Monteviejo en el contexto del vino argentino?
Nuestra propuesta siempre es hacer el mejor vino para nosotros y mantenerlo, y que siempre haya una línea conductora, que los vinos siempre tengan algo similar, un horizonte que se sigue.
¿El Malbec sigue siendo el presente y el futuro del vino argentino?
Sigue siendo y va a tener que ser, porque hay muchas áreas plantadas. Sí hay que trabajarlo de otra forma, y comunicarlo de otra forma, sin que se diga Malbec. Cuando empezamos con Monteviejo, nuestros vinos no tenían en su etiqueta el varietal, y es muy francés, como la apelación Pommerol que tiene Merlot-Cabernet Franc, o Medoc que es más Cabernet Sauvignon. Empezamos con ese objetivo, queriendo que Linda Flor se conozca porque era de Valle de Uco, de una finca llamada Vistaflores; por eso nunca dijimos que era Malbec.
En todas las líneas de Monteviejo uno encuentra algún blend...
Me encantan los blends, siempre dan algo más. Ojo: los Malbecs puros dan cosas interesantísimas, pero con los blends podemos jugar y dar identidad, la identidad que el enólogo puede darle al proyecto. Nosotros, con Linda Flor, empezamos con blends por cuestiones comerciales, sobre todo en Buenos Aires y el resto de Argentina; decidimos hacer el Petit Fleur Malbec, pero no podemos superar al blend. Los blends son muchísimo más expresivos... Eso es lo que creo.
En Paraguay, el Malbec se asocia siempre a la carne asada. Además de eso, ¿qué posibilidades de armonización permite esta cepa?
Hay muchos estilos de Malbec. La carne va bien con Malbecs más estructurados, pero hay colegas que los hacen con menos cuerpo, menos estructurados y, en fin, hay muchos estilos que se pueden combinar con otras comidas. Por qué no, por ejemplo, un Malbec con mucho menos cuerpo con un pescado graso como el que tienen ustedes acá: el pacú o surubí.
Siempre, en los países de sol, los vinos naturalmente tendrán más estructura y personalidad, y bueno, eso se asocia directamente a la carne.
El Torrontés, por su parte, es más difícil en la mesa...
Sí, si lo hacés muy aromático, muy floral. Ha evolucionado mucho el tipo de Torrontés, pero hay que trabajar la textura y otro tipo de aromas; en el caso nuestro, hemos trabajado viñedo, vinificación, para darle más protagonismo a la boca y disminuir lo floral. En Cafayate, usamos barricas usadas y huevos de cemento para acentuar esa textura terrosa en boca, para demostrar que se puede hacer un Torrontés de mayor nivel.