Por Francesco Gallarini
Si hay algo que aprecio de Asunción, al menos desde que regresé a ser residente, es que nuestra ciudad hoy cuenta con innumerables posibilidades culinarias. Seguramente no somos New York, pero uno puede pegarse el lujo de decidir entre un lomito callejero, o impresionar a los amigos con el conocimiento del menú del más experimental coreano, o desempolvar un vago francés aprendido en la secundaria y ganar cejas alzadas en algún restaurante de esos que te duelen... ¡y cómo!. Sí, señores y señoras, tenemos de todo, y cuando algún amigo viene de puertos lejanos, no tenemos miedo de llevarlo a cenar de barrio en barrio o de boliche en boliche, sabiendo que no corre el riesgo de repetir asado y sopa paraguaya de lunes a lunes y que va a encontrar algunas perlas dignas de Trip Advisor.
Acá es donde abro mi paraguas: Amigos de puertos lejanos, vengan de donde vengan, a esos sí les podés sorprender; holandeses, rusos, mejicanos, vengan y traigan a sus esposas que les vamos a deleitar el paladar ... Donde la ecuación falla de manera exponencial es en su única excepción: el amigo italiano.
Este no es joda: Al momento que el sellito de Paraguay marca su pasaporte en el Silvio Pettirossi, el amigo tano se convierte de playboy en Vespa al más intolerante e intransigente embajador del arte culinario italiano. Con esto no va a dar brazo a torcer, ya que para él no es macana. Inútil sería tratar de negociar, ya que al salir del aeropuerto, miles de años de cultura culinaria mediterránea caen de pronto sobre sus hombros. Él solo, vestido con una invisible armadura de cola pasta, amasadora, y cucharones, tiene que defender la italianidad ante cualquier interpretación barbárica.
Obviamente, nuestro caballero culinario no es experto en todo. Quien conoce la cocina italiana, bien sabe que las recetas y los platos varían de región en región, así como los ingredientes. Inútil sería pedirle a uno de Bari que opine sobre la mejor polenta, o a un veneziano que nos cuente como se prepara una cassata siciliana. Pero hay algo que para ellos es sagrado, único, e indiscutiblemente propio, marcado con hierra en el ADN de todo italiano, más profundo que el calcio, Valentino Rossi y la Ferrari: ¡La Pizza!
La pizzería Zampano es un clásico desde los años 90 de la noche asuncena, y como algunos la definen, el ícono de la pizza italiana en Paraguay. Con los años, su pizza se fue lentamente adaptando al gusto paraguayo, perdiendo quizás un poco su toque de italianidad, pero esto no saca nada a la fuerza de los sabores de sus pizzas y a la experiencia de casi treinta años de servicio.
El nuevo lugar es muy acogedor, una vieja casona del centro con el horno a leña a la vista. Fuimos entre amigos y terminamos con nuevos amigos, esta también es una particularidad de cualquier pizzería digna de tal nombre.
Zampano era un personaje de una película clásica de Fellini, la Strada, y con esta peculiaridad llegó a nuestra mesa una pizza con el nombre del histórico fundador de la pizzería, la Pizza d’Alberto. Esta pizza tenía tomates en rodajas -seguramente no de mis preferidos-, pero la salsa picante, y el ajo con las alcaparras lograron su magia.
Otra pizza que nos deleitó fue la Pizza Portughesa, de vuelta una derivación con fuertes connotaciones locales, pero que gusta y sale rica; huevos, jamón, cebollas rojas y otros ingredientes.
Zampano sigue siendo la reina en lo que puede proponer el centro de Asunción.
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