Para el fin de semana del 7 y 8 de julio, el pronóstico del tiempo anunciaba lluvia perseverante y mucho frío. Hasta el clima se confabulaba para que el Asu Coffee Fest fuera el mejor de todos los programas posibles. Claro, faltaba el milagro: que el servicio meteorológico acertara.
El sábado amaneció gris y glacial, con tendencia a ponerse aún peor. O mejor, por supuesto, para quienes, prudentes y astutos, habían comprado sus entradas con anticipación. Devotos del café, creyentes del Centro Meteorológico Nacional o revendedores inescrupulosos, el asunto es que varios días antes del sábado, en las boleterías ya se había colgado el cartel de SOLD OUT.
El Asu Coffee Fest versión 2018 arrancaba con frío afuera y entusiasmo adentro, a las cuatro de la tarde, horario ideal para tomarse un buen café, incluso para quienes saben que cualquier momento es ideal para tomarse un buen café.
¿A qué vamos al Asu Coffee Fest?
“Luego le sirvió un pocillo de café, sin azúcar, como le habían dicho que lo tomaban los Buendía…” (1). En Macondo, todos los integrantes de la familia Buendía (y eso que son muchos) toman el café sin azúcar. Dejando de lado los gustos —que siempre tienen razón—, esto de tomar el café sin azúcar es una regla básica para disfrutar en serio de su sabor y profundidad. A García Márquez le creemos por colombiano, razón válida cuando el tema es café. Y a los expertos que encontramos en el Asu Coffee, los escuchamos porque a eso vamos: a aprender.
Es claro que cuanto más sabemos de algo, más lo disfrutamos. Lo mejor del Asu Coffee Fest es esa sensación de aprendizaje permanente. Y encima, la variedad de stands nos permite poner inmediatamente en práctica nuestros nuevos conocimientos. Sucede que al Asu Coffee no vamos solamente a probar cafés, sino a comprenderlos. Apenas llegamos aprendemos, por ejemplo, que no se trata solamente de granos de café, sino también de la forma de molerlos y filtrarlos, lo que para muchos es una obviedad y para otros un descubrimiento.
En el stand de Mary’s Coffee House —continúo con la importancia del filtrado— me sirvieron dos cafés que no tenían nada que ver entre ellos. Uno era de color negro profundo y otro tirando a rubio; aquel era de sabor fuerte y este suave. Diferían también en acidez. Ninguno se parecía al otro y los dos eran del mismo grano, con el mismo tostado y del mismo mismísimo paquete. Como el factor del cambio estaba en el método de extracción, y como estos muchachos tenían unas cuantas técnicas diferentes, tomé suficiente café, tanto como para estimular a una estatua.
Así las cosas, no fue raro que comenzara a saltar de stand en stand, poseído por una energía a la que consideraba como parte de mi pasado. Logró detenerme un pequeño gentío que se agolpaba en silencio alrededor de una mujer muy simpática, didáctica y de vastos conocimientos. Después sabría que se llama Ivonne Huber, pero en aquel momento solo me interesó lo que tenía para ofrecernos, que no era otra cosa que más enseñanzas. En este caso, sobre café y pastelería, una pareja tan fascinante como realismo y magia. ¡Bien por la gente de Dallmayr, que invitaron a Ivonne!
¿Más? Sí, muchísimo más. Charlas de los mejores profesionales, catas dirigidas, talleres de latte art y el primer campeonato nacional de AeroPress, que arrancaba el sábado, terminaría el domingo y llevaría al ganador a participar del campeonato mundial en Sydney. Y la barra de Bailey’s, que mezclaba el espresso con la crema irlandesa. Y los stands de Illy, Karu o Melita, todos generosos con el café y los porqué.
Cierre de jornada en la barra de cerveza Patagonia, una marca que siempre se suma a esta clase de propuestas. Ya me la crucé en varios eventos y me cae muy bien que apoyen e inviertan en ofrecer experiencias. Y lo más importante: sus cervezas son ricas.
Domingo, ojalá que llueva...
Nunca supe por qué Juan Luis Guerra tenía tantas ganas de que lloviera café. Tal vez su madre fuera propietaria de una lavandería. O él mismo, accionista en un ingenio azucarero. Quizás, si alguna vez hubiera escuchado la canción completa, hoy lo sabría, claro. Pero nunca logré pasar del primer verso.
Como los chicos que salen disparados hacia la ventana para ver si nevó, el domingo me levanté con la esperanza de que siguiera cayendo la misma lluvia del sábado. El inconfundible sonido de las gotas suicidándose contra los tejados, me confirmó que el complot climatológico seguía su curso. Y por suerte —ya que al secarse se pone pegajoso— no llovía café, sino agua.
Después de almorzar, con paraguas, campera y el alma conectada al futuro inmediato, gané la calle y me dirigí —tal cual lo había hecho el día anterior— a la torre 1 del Paseo La Galería, con la firme intención de seguir libando café. Este verbo, libar, que está íntimamente relacionado con el alcohol, no es caprichoso: el sábado, entre los stands, había descubierto la barra de uno de mis bares preferidos de Asunción: el Mariano Domingo. Mi sospecha era que estos buenos muchachos tendrían un par de secretos para compartir. Y me quedé corto, porque fueron más de dos.
El Mariano Domingo no solo llevó una barra, sino que logró trasladar su particular energía al Asu Coffee Fest. En un rincón algo alejado del tumulto, casi escondido y casi en silencio, con su clásica lámpara de pie como estandarte, servía tragos con base de café: Espresso Martini, Café Mariscal, Double Black Coffee y Ron Coffee. Los límites del Asu se expandían y, con ellos, las enseñanzas.
Mientras tanto, musicalizaba la Orquesta Pepe, probablemente la mejor banda para un domingo de lluvia y café, incluidos Juan Luis Guerra y los 4:40.
Creo que ya quedó claro que los conocimientos que nos llevamos del Asu no se circunscriben a cuestiones directamente relacionadas con el café. Para luego tostarlo en Asunción, Kafa importa café de especialidad de Juayua, un pequeño pueblo de El Salvador. La historia podría ser como la de cualquier empresa importadora, con la salvedad de que Kafa se comprometió con la comunidad de pequeños productores, dándoles solución a problemas medioambientales y garantizando un comercio justo. Automáticamente, al escuchar estas cosas, el café se hace más dulce. Incluso si, como los Buendía, lo tomamos sin azúcar.
La obra y el deseo
Si hay algo que después de tres ediciones de Asu Coffee Fest se pone de manifiesto, es que entre los organizadores hay alguien que ama el café. Al menos uno —aunque quizás sean todos— trabaja con el corazón, para que todos estemos contentos y el café que tomamos hoy sea más rico que el de ayer.
Borges, fanático del café con leche, decía que “conociendo a la persona, apreciándola, se tienen muchos más deseos de leer la obra”. El Asu Coffee Fest, con sus enseñanzas, nos vincula cálidamente con el café, nos revela sus secretos y su magia, para que, apreciándolo, tengamos muchos más deseos de conocer su humanidad.