“Yo soy indígena” -dice mostrando la cola larga de su cabellera-. “Soy como un tribal, busco la tierra sin mal. Si hay problemas en un lugar me voy a otro”.
¿Por eso se fue a Francia?
Sí, ahí me sentí libre –dice el arpista Ismael Ledesma, quien vive en ese país desde hace 32 años, cuando huyó de las escasas posibilidades artísticas que brindaba el régimen stronista en Paraguay. Recientemente visitó Paraguay para presentar su último CD, Colores latinos, con temas de su autoría, con influencias rítmicas de la región.
“Nunca me puse en posición de ser artista exótico, siempre demostré que tengo algo que dar”, dice el arpista, quien vive en Normandía, en la campiña francesa. Por su obra, el senado del país galo lo distinguió como Personalidad Latinoamericana en Francia, con un homenaje oficial. Además, sus 16 discos forman parte de la Discoteca Nacional de ese país como material didáctico que muestra la evolución y el legado musical del artista. “Francia me dio muchas satisfacciones”, dice Ledesma. Hizo dos presentaciones en el emblemático teatro Olympia de Paris –el preferido de Édith Piaf-, en La Cité de La musique, el Casino de Paris, El Bataclan y El Grand Rex. También ha actuado en escenarios de Japón, México, Estados Unidos, Turquía, Egipto, Jordania, Luxemburgo, Bélgica, Portugal, Alemania, Italia, Reino Unido, y en los más importantes festivales de arpa del mundo.
Tocó sus primeras notas a los cinco años. Sus padres eran músicos –él arpista, ella cantante y guitarrista- y a los cinco años pidió a su padre que le enseñe a tocar el arpa. “Era una siesta calurosa, en Fernando de la Mora. Me puso el arpa al hombro, me empezó a enseñar y en dos meses ya sabía tocar dos o tres temas. La música ya la tenía”, cuenta.
¿Qué le atraía del instrumento?
Los sonidos. Como el arpa tiene 36 cuerdas yo las tocaba una a una, de agudos a graves y viceversa. Me causaba gracia pasar el tiempo con el oído pegado a la caja de resonancia.
A los 6 años ya hizo su primera presentación, en su escuela. “Por primera vez sentí el aplauso del público, que para mí era un premio y me gustó. Creo que todo empezó ahí”, confiesa.
¿Qué representa hoy para usted el arpa?
Es parte mía, y los sonidos me transportan a otra sensación. Es una sensación muy íntima, un lenguaje mío.
Es por eso que luego de haber formado parte de grupos de folclore, en Europa, eligió un camino propio…
Sí. Eso forma parte de un proceso largo. Yo descubrí la composición a los 8 o 9 años. Empezaba a tocar y creaba músicas infantiles. Era algo natural en mí. Pero aquí se vivía la dictadura y se sentía la presión para no crear, porque no estaba bien visto. Entonces, en Europa, me sentí libre y me entregué completamente a la composición. Al principio formé parte de varios grupos y me formé -estudió en el Conservatorio International de música de Paris Alfred de Vigny-, pero a partir de 1985 pasé a otra etapa. Ese año descubrí a Andreas Vollenweider, un suizo que revolucionó el arpa clásica, y empecé a preguntarme por qué no hacer lo mismo en el ámbito del arpa paraguaya. Ahí dije, “voy a luchar por mi propia música”, y ese es el camino que seguí hasta hoy.
¿Cuál diría que es su mayor éxito?
Justamente el poder haber sobrevivido con mi propia música. No es un camino fácil, hay que tomar riesgos.
El maní de la infancia
No conocía la taberna española El Antojo, donde se hizo la entrevista. Pero estaba contento porque entre sus platos preferidos está la paella con mariscos y frutos de mar, que ordenó. “Me transporta a España, donde viajo mucho”, cuenta. Para beber, “una cerveza bien fresca”. Y de entrada, un plato con lentejas, un insumo de la cocina francesa. “Me recuerda al plato saucisses aux lentilles, una cazuela con chorizo de Estrasburgo, que comemos mucho en casa”.
¿Es su plato preferido?
Lo que más me gusta es el puchero que yo mismo preparo allá. Rehogo la carne, le pongo cebolla, locote, tomate, frío un poquito y luego agua. Hierbo una hora, y agrego zanahoria y zapallo. Mi esposa Helene -quien es francesa- prepara un plato parecido que se llama pot au feu, con carne de ternera, nabo, puerro y apio. También cocino guisos de pollo y asado a la olla, que me gusta mucho.
Son platos que llevan un buen tiempo de preparación…
Yo trabajo en casa, con la computadora, el arpa y la cocina cerca, así es al final de la tarde. Cocino por dos o tres horas y cuando llegan mis hijas y mi señora la comida está hecha. También comemos mandi’o chyriry –mandioca frita con huevo y cebollas- y mis hijas siempre tienen muchas cosas que contar entre sus amigas sobre Paraguay.
¿Hay sabores o aromas de alimentos en su obra?
La composición Aromas del mundo, recoge información de todos los lugares donde estuve, porque desde chiquito viajé con las giras de mis padres a Argentina y Brasil. El recuerdo más fuerte es el viaje en tren de Paraguay, que yo conté en varios temas. El primero fue Tren para Sapuai –donde íbamos muy seguido porque era el pueblo de mi papá-; el segundo, Tren Sapukai – Encarnación; y el tercero, Cruzando el río, para llegar a Posadas. Ahora, con Colores latinos, lanzo el El último tren, con el que finaliza el trayecto entre Asunción - Buenos Aires.
¿Qué sabores o aromas quedaron de su infancia?
El aroma al maní, que comí mucho de chico, la soja –yo tomaba mucho leche de soja-. Y ese viaje en tren era muy particular. Entraba el chipero, el que vendía mosto, caramelos, las frutas, que tenían un fuerte aroma, naranja, mandarina. Y yo me no dormía de noche, la luna alumbraba tanto que definía todo el paisaje, y yo me imaginaba cosas y creaba mi propio mundo. Lo que más cuento en mi música es una etapa muy específica, desde mi nacimiento hasta los 7 años, esa infancia que tanto me marcó.
¿Qué sabores de Francia le gustan?
Me gusta el queso raclette, servido con papas y algo que mi señora hace mucho, scaloppine a la creme, con pechuga de pollo.
¿Qué bebidas le gusta?
El vino rosado bien fresco. Especial los Côtes De Provence y el Grand Vin de Corse. Creo que el deseo de tomar siempre algo bien fresco viene de mi vida acá en Paraguay. No consumo mucho alcohol, pero a la noche es tradicional hacer un aperitivo con vino rosado o blanco, aceitunas y maní. ¡El maní me persigue! (dice riendo).