Nunca me sentí muy atraída por los blancos. Son vinos que refrescan el paladar, cierto, pero su falta de cuerpo siempre termina inclinándome hacia un buen tinto. Sin embargo, confieso que un vino blanco en particular cautivó toda mi atención, seguramente por su exquisita mineralidad.
Creo que los blancos, en especial el Chardonnay, son ideales para quienes se están iniciando en el conocimiento del vino porque tienen características aromáticas que se identifican claramente. En el caso del Sauvignon Blanc, se plantean algunas controversias que dividen a detractores de enamorados. El Sauvignon Blanc suele tener acidez alta, por lo cual quizás no sea una buena elección para quienes no gustan de este tipo de sabor; por otro lado, los aromas de esta cepa son muy seductores, a veces hasta invasivos.
Cuando pienso en la bodega Santa Carolina, debo reconocer que los blancos no son lo primero que me vienen a la mente, pero ahora teníamos frente a nosotros el Specialties de Santa Carolina, un Sauvignon Blanc que nos atrajo primero por la vista, mérito de su llamativa etiqueta, y nos hizo pensar, a nuestro editor, Christian y a mí: ¿Qué sorpresas nos deparaba este vino de color amarillo pálido con reflejos verdosos?
“El aroma me trae el recuerdo de los mares de Chile”, dijo Christian. Por mi parte, al beberlo, celebré de inmediato su explosiva mineralidad, producto del clima frío y los suelos arcillosos del Valle de San Antonio, ubicado a unos pocos kilómetros del infinito Océano Pacífico. La madurez de la fruta es lenta, un factor que contribuye al despliegue de características únicas en este vino fresco.
Llevé un par de botellas del Santa Carolina Specialties al cumpleaños de mi madre; la sorpresa fue que don Gavigán (mi papá) cayó con el mismísimo vino para tomarlo con picada de queso crema, pimienta y pepinillos. Según él, le recuerda sus viajes al mar. Los aromas francos de este vino que se manifiestan con una hermosa variedad de notas herbáceas como menta y cedrón también le recuerdan a mi padre el desierto de Atacama y el camino de los Andes, donde le regalaron budines de limón para que no muriera de frío, pues este vino tiene una ligera nota a lima y a tragos con hinojo fresco que engañaban al terrible hielo de la cordillera en sus días de mochilero.
Aunque los blancos en general no presentan mucho cuerpo, cada sorbo de este vino es intenso, de buena estructura. Al darlo vueltas en el paladar sorprende la presencia cítrica y, al fondo, don Gavi encontró frutas tropicales como piña. Mamá escucha nuestras “notas de cata” como si fuéramos expertos y, para inflar más nuestros egos, todos concuerdan y se sorprenden al descubrir nuevas cosas en este Sauvignon Blanc, una cepa que a mi abuelo (argentino acostumbrado al tinto) siempre le pareció igual que agua.
Seguimos disfrutando y refrescándonos con este vino, mientras las risas y las historias hacían de nuestra mesa, una mesa de momentos que quedan.