Cada vez que alguien me pide recomendación con los vinos es un desafío; en primer lugar, porque los vinos que me gustan a mí no necesariamente tienen que gustarle a los otros, y en segundo lugar, porque tendría que encontrar un blanco que me guste (no soy muy adepta a los blancos a no ser que tengan burbujas) y que pueda recomendar.
Cuando me pidieron que elija los vinos para el viaje de la nota de tapa, lo primero que se me vino a la mente fue lo siguiente: Tengo que encontrar un vino con cuerpo medio, que sea frutado y que guste a todo el mundo. Tenía en mente la cepa Pinot Noir. ¿Y el año? 2012, puesto que varios Pinots de ese año fueron grandiosos. El vino elegido, luego de mucho pensar, fue el Gran Reserva de Indómita. Fue maridado perfectamente con queso provolone fundido, cebollas moradas, bacon y hongos ostra hecho por Sebastián Saavedra en una parrilla improvisada sobre la arena; entre tímidos tonos rojo-rubí, el misterio de esta cepa se develaba poco a poco: flores violetas, frutilla, sangre, cuero y, para nuestro amigo y sonidista Chugo, al final había café, pólvora y vainilla. Mientras todos se fascinaban con el cielo estrellado, donde la vía láctea nos deleitaba con su mayor esplendor, la textura delicada, sutil, de taninos seductores, lleno de frescura y alegría, emocionaba a André Magón, con quien compartía la copa. Al ver y escuchar el agua me decía: aquel que conoce el mar, extraña, y ahora tengo lembranças de mi tierra… Definitivamente, los vinos con brisa del océano emocionan a cualquiera.
Mientras que para la mañana necesitaba un vino fresco, que no nos emborrachara muy pronto, debido al calor que hacía (más de uno volvió con la piel canela).
Teniendo en la cabeza el menú de pescados de río, dije “vamos por el Sauvignon Blanc”. Temprano, despierto y pongo los vinos a enfriar, no quería que nuestro vino se viese afectado por el calor y la arena. Sentados en el agua, mientras los chefs trabajan en sus creaciones, Christian sirve la primera copa, a simple vista un increíble verde grisáceo brillante como el acero se apercibía desde mi lugar. El Sauvignon Blanc era tan especial, pues la paleta de perfumes podíamos verificarla entre los ingredientes que teníamos a mano: pomelo, la cáscara de limón, flores de jazmín, duraznos blancos, piña y un débil cebollín. Lo que más recordábamos era la piña, pues entre el almuerzo del día anterior, seguíamos sorprendidos de la dulzura de las piñas del lugar como jugo en la casa de Ña Damiana. Seguiré siendo partidaria de que este vino interesa e intriga porque se va mostrando en capas, poco a poco y con gran personalidad, no solo lo anterior era perceptible, si no la manzana verde, hierba fresca, espárrago, sal y mucho nervio. Mientras estábamos sentados en la arena, con los pies en el agua, Jimmy sintió su atrevida acidez provocándole escalofríos en la lengua mientras me bullyneaba: “¡Es redondo! ¡Es redondo!” Lo que hace a este Sauvignon Blanc, bañado por la costa oceánica, es su menudo y vibrante cuerpo. Unido al final perfectamente seco da una gratísima sensación de frescura y globalidad.
Puede que sea el momento, las sensaciones, pero sabíamos claramente que nada superaba a la inmensidad del agua, las arenas y el elixir en nuestras copas.