Tom Collins era un personaje muy popular en la New York del siglo XIX, pero nadie lo conocía. Claro, se trataba de una suerte de chiste. El bromista de turno le preguntaba a su víctima si conocía a Tom Collins. La respuesta era siempre la misma: no. Y ahí empezaba la verdadera burla, al asegurarle al interpelado que este tal Collins se la pasaba hablando pestes de él. La broma tuvo tanto éxito en los bares de la ciudad, que al barman Jerry Thomas se le ocurrió bautizar un trago con aquel nombre.