26 de Abril de 2024
Jacobo Rauskin: lo simple en la cocina y en la vida

Jacobo Rauskin: lo simple en la cocina y en la vida

Cuando le sugerimos hacer las fotos en el restaurante San Roque, el poeta Jacobo Rauskin responde: “Este es un lugar que frecuenté mucho un tiempo. Era de público literario y, lo más importante, con gente habituada a ir allí. Hoy encuentro que hay una explosión de restaurantes en la ciudad, pero muy pocos tienen un público formado, que es lo que hace al lugar”, cuenta.

Jacobo Rauskin es un poeta fundamental en la literatura paraguaya contemporánea. En 2007, obtuvo el Premio Nacional de Literatura por el libro “Espantadiablos”. Actualmente dirige la Biblioteca Municipal Augusto Roa Bastos, es miembro de la Academia Paraguaya de la Lengua Española y miembro correspondiente de la Real Academia Española, y enseña a escribir y a apreciar la literatura a través de los diferentes talleres que organiza.

Cocina muy poco, y tampoco bebe con frecuencia. “No soy un gourmet”, dice. Entre las ciudades que visita frecuentemente, menciona los platos con frutos de mar de Lima, y los platos mejicanos “que no son para turistas”. En Asunción, le gusta leer en diferentes cafés que frecuenta, generalmente cerca de su casa, en el barrio Las Carmelitas de Asunción. Y todavía va al San Roque, donde le cocinan el bife como le gusta: muy simple. “Valoro mucho el sabor natural. En un plato, me gusta el placer de descubrir el gusto original de los alimentos. No me gustan las salsas ni los diversos aderezos que tapan el sabor de las verduras en las ensaladas, por ejemplo”, cuenta.

Confiesa que le gusta especialmente el sabor del maíz, y cree que la chipa guasu, por su simpleza y sabor, es un arte de la cocina tradicional paraguaya. “Resulta de la mezcla de unos pocos ingredientes en proporciones y tiempos no escritos. Cada uno tiene su forma de hacer, y es de las comidas más buscadas, en todos los ámbitos. Y que también atrae a los extranjeros”, dice.

Jacobo Rauskin no cree que nadie llegue al país para comer comidas elaboradas, “porque aquí no tenemos mar, aves, ni los ingredientes de los platos de la alta cocina. Entonces se debería hacer una cocina étnica paraguaya, para resaltar los sabores naturales del lugar”, sostiene.

“La palabra simple o sencillo no tendría que interpretarse como menos importante que lo complejo. Yo creo en la complejidad cuando el pensamiento se encuentra abocado a la razón abstracta y desafía a los enigmas que se presentan sin ninguna concreción. Pero el hortelano que tiene su huerta no inventa el sabor de sus verduras. Tampoco existe una gran complejidad en la vida común. Lo complejo es manejar abstracciones. Y en la cocina no hay ninguna abstracción. Partiendo de ahí, ya no hay ninguna complejidad”.

¿No es posible inventar realidades acaso?

Sí, pero no sé si los demás aceptarían como realidad o simplemente como imaginación. Nosotros nos pasamos la vida tratando de dominar la realidad, pero no de comprenderla ni de intensificarla. ¿Por qué estoy en contra de las salsas en la cocina? Porque tapan el sabor. Para la gente común, lo real es lo que se opone a lo imaginario. Y yo creo en eso. La realidad no necesita de la imaginación para existir, pero curiosamente, la imaginación se pone al servicio de la realidad y la intensifica. Hay una expresión que tienen los franceses “une tranche de vie”, un trozo de vida, con el que se puede hacer toda una película, o un poema. Y la poesía, tal como yo la entiendo, es una intensificación de la realidad.

De familia rusa y gustos italianos

Jacobo Rauskin nació en Villarrica, en 1941 y vivió sus primeros años por temporadas entre su ciudad natal y Asunción, en la casa de su bisabuela. “Yo pertenezco al pasado, porque nací en la casa de mi abuela y en la cama de mi madre (…). De la infancia hay tres sabores que me han marcado, el de la guayaba, el de maní tostado pisado con azúcar morena en el mortero. Yo he escrito sobre eso en un poema que se llama Cocina antigua”.

“Azúcar y maní en un pequeño mortero... / Pone el oído en las paredes como un niño / cuando cree oír una voz que no recuerda / y oye de nuevo latir el corazón de la cocina”, dice parte del poema. El tercer sabor de su infancia es un sabor callejero, “de la chipa de aquella época. Ah… Tenía otro sabor. Es uno de los sabores me acompañan toda la vida”, dice.

Descendiente de rusos por padre y madre, confiesa que conoce muy pocos platos de sus antepasados. “Admiro mucho los platos italianos sin que haya ningún italiano en mi familia –dice riendo-. Por ejemplo, las sopas”. Su padre se dedicó a la comercialización de cañas y licores del Paraguay. “Pero yo tuve un ambiente familiar favorable. Mi madre leía mucha poesía y mi padre tenía una gran biblioteca”, dice. Pero no recuerda el primer poema que escribió. “De muy chico comencé”, cuenta quien ha publicado más de veinte poemarios, entre los que destacan Jardín de la pereza (1987), La Noche del viaje (1988), La canción andariega (1991), Alegría de un hombre que vuelve (1992), Los años en el viento (2008), entre otros.

Usted es de los escritores más prolíficos y más premiados…

Sí, pero no es mi culpa (se ríe). Yo escribí más de la cuenta, pero el hecho de escribir mucho no termina de convencer a nadie. Escribo siempre que puedo, a cualquier hora, en cualquier momento y lugar. Creo mucho en el valor de las pautas imaginarias sobre una situación, y escribí mucho inspirado en temas del folklore nacional, en polcas que ya nadie canta y de un Paraguay que ha desaparecido en los últimos treinta años. La sociedad tradicional paraguaya, de los karai guasu y de las matriarcas del Paraguay ya no existe, lamentablemente, porque yo formé parte de eso, entonces soy un sobreviviente de una sociedad que desapareció. Un Paraguay lleno de valores, de esperanzas y con una profunda humanidad

4 de Agosto de 2015

Alacarta

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