21 de Noviembre de 2024
Liv Ljunggren: la cocina, cuestión de curiosidad
[unitegallery Liv_Ljunggre_la_cocina_cuestion_de_curiosidad] Nunca tengo vino en casa. Hoy sí, porque vienen ustedes”, dice Liv Ljunggren con una sonrisa al recibirnos en su casa. En la mesa, una tabla generosa de quesos y jamones, una bolsa de pistachos californianos y una botella de champagne. Nos acomoda y pone manos a la obra detrás de la barra. Si no está cortando, condimentando, o vigilando el fuego, está asegurándose que a nadie le falte vino, atendiendo al mayor de sus hijos —mayor es un decir, tiene dos años y medio, y el menor, un año y medio—, quien le reclama atención y “fiyeyo”. Multitasking, que le dicen. Me siento un poco culpable; se tomó la noche libre de Uvaterra para hacer lo mismo atendiéndonos en su casa. Pero el sentimiento de culpa se va diluyendo entre los pistachos terriblemente carnosos, una seguidilla de vinos excelentes y el primer plato. Para el postre, no va a quedar ni rastro de ella. Mientras revuelve su cocina en busca de un utensilio, me advierte que es cierto que en casa de herrero, cuchillo de palo. Confiesa que no tiene un juego de cubiertos completo, ni de platos, así como no suele tener vinos ni cocinar en casa. Y esto siendo dueña de Uvaterra, que desde 2004 es uno de los espacios que fue seduciendo el paladar de los asuncenos, invitando a ampliar los horizontes y a considerar al vino como eje de la experiencia gastronómica, más que un simple acompañamiento. “No soy de esas personas que de chica ya sabía qué quería hacer. Es más, no tengo la historia de la abuelita cocinera. Creo que justamente por eso, porque en mi casa nadie tenía talento para la cocina, porque la pizza era comprada y los postres eran algo con leche condensada directo de la lata, es que yo salí por ese lado. Y claro, porque me casé con Cacique”, dice Liv’. Cacique es Francisco Scappini. Si Liv se casó con la gastronomía, Cacique nació en ella. Comenzó a trabajar en el negocio familiar con Metropol, luego abrió Las Cañitas con socios y después Uvaterra, restaurante que abrieron con Liv y que el año que viene cumple diez años. Cacique cruza el comedor y saluda apurado, camino a Uvaterra. ¿Te gustaría que tus hijos sigan el negocio? Abre sus ojos claros y suspira: “Sí y y no. Es una vida tan sacrificada y difícil, que no sé si me gustaría que hagan esto. Que aprecien el buen comer y lo que significa la comida, eso sí, por supuesto. Pero trabajar en esto significa trasnochar, tomar algo todas las noches, estar pendiente de que todos estén bien atendidos y hacerse cargo cuando algo no sale como debería. Y no es lo mismo si uno no está ahí. Eso es lo exigente, tener que estar ahí noche tras noche”. Intuyo que la llegada de sus dos hijos complicó lo de dormir de día y salir de noche, aunque sea para ir a trabajar. Liv me lo confirma. Igual, tiene la energía de esas personas que no saben estar quietas.

9 de Octubre de 2015

Alacarta

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