Ramiro Meyer: Pizza al Tatakua bajo la catenarius
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Una de las grandes lecciones de la ciencia es que el sentido común nos engaña a cada rato. El sentido común nos dice que algo tan pesado como un avión no debería ser capaz de volar, y que una pluma y una bala de cañón no pueden tener el mismo ritmo de aceleración en su caída desde una torre, por ejemplo. Pero los aviones vuelan, la gravedad acelera la pluma y la bala de cañón a idénticos 9.8 m/s², y una bóveda aguanta perfectamente con ladrillos sin cocinar, secados al sol. Con Catenarius, su trabajo de tesis para la carrera de Arquitectura, Ramiro Meyer puso en práctica la verificación empírica del modelo de arquitectura que le interesa.
En un lote pequeño frente al río, en dirección opuesta a la sofisticación del Yacht y en medio de un caserío donde el concepto de propiedad privada es más bien poroso, particularmente para las criaturas más nobles, animales domésticos y niños, Meyer tiene su taller: la bóveda, tocones de árboles dispuestos en círculo, el tatakua, una parrilla, una mesada y un baño que en el futuro esperemos sirva también para las necesidades del género que no puede ir parado. Cuando llegamos, Meyer comienza a sacar la leña del tatakua. En la mesada están la masa, la salsa y todos los ingredientes que admite una pizza. En el piso, una conservadora con Pilsen fría. “Esta es la actividad, prender el tatakua y que la gente caiga con lo que sea. No soy un gran cocinero pero la pizza sí es algo que me gusta hacer, además de asado. Una vez metimos una pata entera de cerdo. Sopa paraguaya, chipa, asado, chorizo, de todo”, me dice. “Tirar cosas al fuego”, le digo, “cocina rústica”.
Rústico. Según la RAE, “perteneciente o relativo al campo” y “tosco” (poco trabajado o sin pulimentar). Lo de poco trabajado se me hace un poco injusto, dado que todo lo que hay a la vista implicó trabajo, solo que de forma hágalo-usted-mismo: “La estructura fue pensada para una tecnología simple, con piedras y ladrillos que se hacen en el lugar. Está pensado como prototipo para el medio rural, una arquitectura de baja tecnología, al alcance de las manos, que cualquiera en su lugar pueda replicar”. Los ladrillos que utilizó en la obra no son resultado de un proceso de prueba y error, sino del trabajo en las materias de hábitat que cursó en la facultad y que le entusiasmaron con el uso de materiales “vivos”: “Son mejores que los ladrillos cocidos, primero porque no se quema leña en su producción, y segundo por la salud del espacio que genera. La tierra, al ser un material vivo, tiene una buena regulación de la humedad: cuando hay mucha, la absorbe, y cuando falta, la libera, por lo que uno siempre respira un buen aire. La madera también tiene esa propiedad, que está ausente en materiales como el hormigón”.
Sin embargo, insiste que el ladrillo no es lo más importante en Catenarius, sino la estructura misma. La catenaria es sencillamente la curva definida por una cadena suspendida. Claro que la intención fue descubrir qué uso se podría dar a este tipo de ladrillo, porque según él, la gente no le tiene mucha fe y cree que se va a romper. Ante la falta de fe, la prueba contundente en la práctica: “Decidí construir porque era una estructura experimental y normalmente no te creen que este tipo de estructuras se puede hacer. Era una parte fundamental de hacer creíble el proyecto. En realidad, en este tipo de estructuras lo que resiste no es el material sino la forma gracias a las curvas que tiene en un sentido y en el otro. Aunque es un material muy bueno, lo que queríamos demostrar es que es secundario. Aquí lo usamos con una geometría inteligente, autoportante, resistente. Es como un caparazón. La naturaleza siempre funciona así, con doble curvatura: las hojas, los caparazones, siempre tienen nervaduras y curvas en dos sentidos. Eso permite que no importe tanto el material sino la forma, la geometría”.
El taller es, más que una oficina, eso, un taller, un lugar donde Meyer y amigos con los que comparte los mismos intereses se reúnen para experimentar. Por eso, dice, es un espacio abierto, porque resume el espíritu de la arquitectura que buscan. De hecho, el taller no está terminado, pero Meyer dice que tiene lo esencial para calificar de refugio: un techo, agua (aunque tiene el tanque, está construyendo los canales para que el techo sirva de colector) y una cocina. Aunque no es un experto, se defiende en la cocina de supervivencia del recién casado. Y dice que la cocina y la arquitectura van de la mano, porque ambas solventan nuestras necesidades más elementales transformando con las manos.
Terminamos las dos pizzas y caen los amigos con un cargamento de birra. El tatakua está caliente, hay ingredientes de sobra, y es viernes.